viernes, 6 de abril de 2007

01. Besos de virgen muerta

-¿Sabe usted nadar?
-¿Qué quiere decir?
-¿Habla usted francés?
-Eso sí, con acento de Marsella, mi madre era calabresa.
-¿Qué moda es esa?
-¿Cuál?
-No sé, el viento que nos lleva, ¿está usted ahí?
-No estoy seguro. ¿Cómo dijo que se llamaba?
-No lo dije.
-Claro.
-Por eso no lo recordaba.
-Claro, me cae usted simpático, ¿le gustan los deportes?
-Los aborrezco, ¿y a usted?
-A mí me encantan, ¿y a usted?
-Yo los aborrezco. Decía algo del viento. Que nos llevaba, creo. ¿Qué quería decir?
-¿Quién es usted?
-No lo recuerdo. Pero su cara me es familiar.
-¿Puede verla?
-¿Mi cara?
-No, la mía.
-¡Su cara!
-¿Qué pasa?
-No sé, ha sido el viento este, es muy molesto, ¿no cree?
-Ya le digo que yo no lo siento. Un poco de humedad, supongo, pero ya ni lo noto. Me he acostumbrado.
-Yo en cambio siento el viento. Y un sabor a tierra quemada.
-¿Cómo sabe la tierra quemada?
-No sé... ¡A besos de virgen muerta!
-Es usted un truhán.
-No crea todo lo que cuentan. La gente, que es envidiosa.
-¡Qué bien habla usted! Me encanta. Si fuera un ruiseñor le cantaría hasta rendirme. Muerto, ¿sabe usted?
-Quite, quite.
-Mire, se lo voy a contar de una vez. Yo no le asesiné a usted.
-¿Cómo?
-Me hablaba usted del tiempo.
-¿Qué tiempo?
-El tiempo, no sé. Los niños, la lluvia, los seres que recordamos cuando todo se desvanece.
-Ya, ya... ¿Quiere un cigarrillo?
-Eso debe ser el viento. ¿Lo quiere frío o helado como al despertar?
-Es igual, llevo calzoncillos largos.
-Eso está bien. Yo se lo digo todos los días a mi hijo mayor.
-¿Tiene usted hijos?
-No, sólo uno. Los demás murieron.
-Cuanto lo siento.
-Pues no lo sienta. No eran míos. Mi mujer es una zorra de mucho cuidado.
-¡No diga eso!
-¿Por qué? Es la verdad. Y si me quedé con el chico es porque su nariz es tan grande como la mía.
-Ya es bastante, conozco un tipo que
-No me interesa.
-¿Cómo?
-Que no me interesa. Con que ya está usted dándose el piro.
-¿Dándose el qué?
-Es una expresión, ¿no la oyó nunca?
-No, no suelo escuchar lo que dicen por ahí. Va contra las reglas.
-¿Ah, sí?
-¿No lo recuerda? Artículo 3, Párrafo... Qué bien se oye.
-¿Qué?
-El río. Desde aquí se oye estupendamente.
-Pues no...
-Venga, venga. Desde aquí.
-Da igual. De todas maneras soy sordo.
-Eso es otra cosa.
-Y casi ciego.
-Está usted bien jodido.
-No crea. ¿No le parece raro?
-¿Qué?
-No sé. ¿Fuma usted?
-No.
-No es de por aquí, ¿verdad?
-No, ya le dije que no.
-No le habré oido, disculpe.
-¿Qué?
-Que disculpe.
-Bueno.
-¿Dónde pasa las vacaciones?
-No me joda.
-¿Por qué?
-Porque no me apetece. ¿Jugaría una partidita conmigo?
-¿Qué quiere decir?
-Nada, olvídelo. No ha dormido.
-No, ¿he bostezado?
-Sí, ¿lo ha visto?
-¿Mi bostezo? Está usted en todo.
-No crea, no crea.
-¿Cómo lo ha hecho?
-¿El qué?
-Tener ese aspecto tan saludable, esa energía, esa vitalidad. Yo estoy hecho unos zorros.
-El secreto está en el desayuno. Un buen desayuno y listo. ¡A funcionar! ¡Se le han dormido los dedos de los pies!
-¿Cómo?
-Debe ser el cansancio. ¿Bebe usted mucho?
-Un vaso antes de acostarme, lo que todo el mundo.
-Entonces no es eso. ¿Conoce a alguien por aquí?
-¡A muchos! Soy muy popular.
-Yo en cambio, estoy solo. Usted es mi único amigo. ¿Puedo llamarlo así?
-Cómo.
-Mi amigo.
-Usted sabrá. Yo casi no le conozco.
-Es igual. Me tengo que ir.
-No se vaya.
-¡No se vaya, no se vaya! Es usted un pusilánime.
-¿Quién?
-Da igual, ¿tiene un cigarrillo?
-Creo que no me quedan. Miraré a ver. No, no me quedan.
-Mire, se lo voy a contar de una vez... Yo...
-No me interesa.
-¿Cómo?
-Que no me interesa. Ya se lo dije, además.
-No lo recuerdo. ¿Está usted bien?
-¿Y a usted qué le importa?
-Creí que éramos amigos
-Creyó. Pues sí que estamos jodidos. ¿Fuma?
-En boquillas largas de hueso de paloma.
-No me diga. Es usted mi sobrina.
-Qué va, qué va. ¿Cuánto cobra usted?
-¿Lo que cobro?
-Sí, el dinero, ya sabe.
-La verdad es que me deja usted estupefacto.
-¡No diga palabrotas!
-Disculpe, es que no lo había pensado nunca.
-Entonces trabaja usted gratis, ¿y su dignidad?
-Tiene usted unos labios preciosos. Pero tiene bigote, ¿qué hacemos?
-Yo no sé. Usted va a agacharse a por ese ramo de novia.
-Uy que tonto, casi lo piso.
-Es una señal de nuestro tiempo. Está todo un poco revuelto.
-Eso dicen. ¿Es usted de por aquí?
-Ya poco. Pero un día tuve muchos amigos.
-Dígame, dígame.
-No sé. Estaba... Déjeme que piense.
-Se le ha dormido el brazo.
-Sí, debe ser el cansancio. El caso es que no estoy cansado.
-Eso será.
-Claro. ¿Baila?
-Poco. Y mal.
-Será por eso.
-Será. Usted ha viajado.
-No me diga.
-Que sí. Pero es tímida.
-Y usted un golfo. Y con el pelo hacia atrás. Mi madre me previno contra usted.
-No.
-Como se lo cuento.
-Su madre era muy hermosa.
-Y tanto. Se mató en un tranvía.
-Qué bonito.
-Mi madre era muy romántica. Y hablaba francés.
-¡Era calabresa!
-No, ¿por qué?
-No sé, por el acento, supongo.
-Dice usted cosas hermosas, ¿es dentista?
-No, ¿por qué lo ha notado?
-No sé, por el acento, supongo.
-A veces se me escapa, no puedo evitarlo.
-Es irremediable. Es como cruzar el río para coger agua.
-Igual. Ayer fue domingo.
-Sí. Me encantan los domingos. Y además hace frío.
-Sí, los domingos son así.
-Sí. ¿Fuma usted?
-Ya poco. Pero antes lo hacía muy bien. Casi no salía humo.
-¡Es usted un genio!
-Ya será menos.
-Lo digo en serio. La gente es muy torpe por aquí.
-¿Por dónde?
-Por aquí.
-Eso es porque ha viajado mucho.
-No se crea. Es lo que se dice por ahí.
-¿Por dónde?
-En cambio a mí, lo que me encantan son los martes.
-Además, usted no tiene bigote.
-Eso lo dirá usted, que se fija poco.
-No se crea. Si fuera ovispo no me vería usted por aquí. Estaría en otro sitio.
-Eso sí.
-Hay viento.
-Me da igual, soy calvo.
-No lo había notado.
-Será por la gorra.
-Será. ¿Fuma usted?
-Poco. No sé. No lo pensé.
-Piense, piense...
-No me meta prisa, oiga.
-El caso es que yo esto ya lo he vivido.
-No crea. Se le ha dormido la nariz.
-Usted se equivoca. Y además es un liante.
-No se enoje.
-Me enojo si me da la gana. Présteme la boina.
-Es una bisera.
-Como si fuera mi abuela; présteme usted a su abuela.
-Se la presto. Pero con una condición.
-Venga.
-Hay que cantarle 4 esquinitas tiene mi cama, 4 angelitos que me la guardan antes del desayuno, nunca después, usted ya me entiende.
-Sólo eso.
-Y la gorra es suya.
-¿Qué gorra?
-Es igual. ¿Quién es el que hablaba francés?
-Ahí me ha pillado. Ni idea.
-¿No lo sabe?
-No. ¿Usted tampoco?
-Que va. Otra. ¿A dónde corren los osos?
-Ni idea. ¿A casa?
-Que va, a casa... es usted un guasón.
-No sé, siento un frío en la columna, un frío hueso, usted me entiende.
-Por lo general.
-¿Qué general?
-Decía que sentía frío. ¿Se muere usted?
-A veces. Pero en seguida se me pasa.
-No se preocupe.
-Sino me preocupo.
-Ya. Se duerme usted.
-Que no.
-Que se lo digo yo. Que se duerme.
-Si insiste. Pero ya le dije que no sé bailar.
-Le he oido. Pero no le conozco casi. Me siento violento. Este gesto obsceno de mi mano...
-¡Todo mentiras!, se lo digo yo. Ahí no hay ni para pipas.
-No diga eso.
-Es usted un desaprensivo y le huele el aliento, además.
-Me hiere usted.
-Pues se aguante. Qué bien se oye desde aquí.
-Sí, parece que fue ayer.
-Y fue ayer, ¿no lo recuerda?
-Que va, tengo la cabeza como un campo de tenis.
-Qué gracioso.
-¿Qué?
-La otra noche, si no recuerdo mal, le vi a usted corriendo desnudo por la calle mayor.
-No sería yo.
-Y hay algo más.
-¿Qué?
-Es igual, se aburriría. ¿Es usted casado?
-Viudo.
-Ay, cuánto lo siento.
-Qué va, se está muy bien.
-Claro, claro. Pero lo que es bailar baila usted poco.
-Lo dice por la calva.
-No hombre, no... ¿damos un paseo?
-Voy descalzo.
-Es igual. Yo le sostendré.
-Gracias. Es usted maravillosa.
-Lo sé. Y mis piernas tampoco están mal, ¿eh?
-Tampoco, tampoco. ¿Fue usted trapecista?
-No lo creo. Es consolador.
-¿Lo qué?
-Este viento. Me alegra ser calvo. Es el único momento bueno del día.
-Qué lógico es usted.
-Está cansado.
-¿Y usted no? Mire a su alrededor.
-¿Qué pasa? Me da usted miedo.
-El que está asustado soy yo. Y hoy no he comido.
-Yo sí.
-¿Mucho?
-Mucho. Y veo desde aquí...
-¿Qué?
-El ruido de antes. Me ha parecido verlo. Era un río.
-¡Por fin!
-¿Qué?
-Que por fin lo ha visto. Lo coloqué ayer por la tarde. Con todo el mimo.
-Es usted un ángel. Déjeme que le haga memoria, nació usted en jueves.
-Pues no caigo.
-Tiene cuatro patas cuando nace y muere calvo.
-¡El orejón!
-¿Qué orejón?
-No sé, por si acaso.
-Por si acaso, por si acaso. Me cansa usted. No tiene agallas.
-¿Cómo que no? ¿Y estos ojos? ¿Y estos ojos?
-Se repite usted.
-Un hombre libre es el que es para si mismo, no para otro.
-¿Y a mí que me importa?
-No, si lo decía por decir.
-Pues no se haga el listo conmigo. Estoy que hecho chispas.
-Y sin embargo no es calabresa.
-Ni por asomo.
-¿Y su madre...?
-¿Qué?
-Estamos condenados.
-Condenados o no, comienza a refrescar.
-Ahora lo recuerdo. Decía usted algo de un río. ¿Dónde estuvo ayer?
-Ayer...
-Se hace usted el remolón. ¿Tiene frío?
-Pues claro. Me tiene usted en vilo. Y hoy no me ha dado de comer.
-Será que se ha portado mal.
-Qué va. Le he seguido a usted. Sé que tiene una amante.
-Toma ya. ¡Una amante! Está loco, ¿por qué no se relaja? Vamos a intentarlo de nuevo. ¿Cómo le gustan los nervios?
-No le entiendo. Míreme a los ojos, ¿qué ve?
-A usted con ocho años metiéndose los dedos en los ojos para llorar.
-No, después.
-¿Después?
-Sí, ¿qué ve después?
-¡Ah! A usted y a su abuela de pesca. ¡Y cuatro angelitos!
-Olvide los angelitos, ¿qué más ve?
-Mire, lo siento, todo esto me aburre un poco...
-Le entiendo. ¿Sabe cantar?
-¿No cree que bajo mi aspecto escondo algo?
-No creo. Me gustaría pasear, no sé, salir un poco del encierro este.
-Este, al que usted llama encierro, señor, es...
-¡No me lo diga! No me lo diga.
-No quiere saberlo.
-No.
-Hoy está usted especialmente idiota.
-Eso es porque me conoce poco. Debería haberme visto en la Rochelle.
-¿Qué es la Rochelle?
-No me tenga en cuenta. Lo habré visto en algún cartel por ahí. Juguemos a algo.
-Dirá usted.
-¿Qué guardo en esta mano?
-La razón.
-Es usted un tío. ¿Y en esta?
-La pereza.
-No.
-¿La codicia?
-Tampoco. Ha pasado el tiempo.
-¿Qué era?
-¿Qué?
-Es igual. Tiene unos ojos preciosos, ¿de qué lado duerme?
-No sé, según...
-Se desvanece usted.
-¡Qué va!
-Bueno. ¿Lo ha visto?
-¿A quién?
-No, el viento que nos lleva. Lo he visto.
-No diga eso. Sabe lo que pasa a los que lo ven.
-¿Qué?
-Ni decirlo puedo.
-¡Tiene usted los dedos enjaulados!
-Eso que usted llama dedos, señor, son...
-¡No me lo diga!
-Es usted imposible!. Tome un trago.
-No bebo.
-¿Cómo que no bebo? No sea majadero.
-Míreme a los ojos, ¡míreme a los ojos!
-Que no, que va usted por mal camino.
-Usted, que me quiere mal.
-Si no le conozco.
-Tenía un tatuaje en la mano.
-Era en el brazo.
-Perdón, en el brazo, ¿qué era?
-Una mancha de nacimiento. Se borro al cumplir yo cuatro años. A los 23 me la tatué. Palabra.
-Es usted muy extraño.
-Que va, lo dice para impresionar. Como soy bajito...
-Pero tiene un gran corazón.
-Eso ni se discute.
-Decía algo del buen camino...
-No era yo.
-¿Su hermana?
-¿Qué?
-Me duele algo, ahí abajo.
-¿Qué guarda en la mano?
-Unas tenazas.
-¿Y qué hará con ellas?
-Entrar.
-Entrar dónde.
-En mí, o en usted, ¿qué importancia tiene?
-Siempre la misma historia.
-No diga memeces. Sabe que lo intento.
-Es usted un jabato.
-Gracias. ¿Fuma usted?
-¡Qué va!
-¿Le importa?
-A mí como si se casa con su hermana.
-No tengo.
-¿No tiene fuego?
-No.
-Pues no podrá fumar, ya se lo advertí.
-¿Qué?
-No se acuerda.
-¡Pues claro que no me acuerdo! Faltaría.
-Tiene razón. No debería haber venido.
-No, hombre, no. Bromeaba.
-No.
-Que sí.
-Que no.
-Dígame, buen hombre, ¿cómo llegó aquí?
-Si le soy sincero...
-Dígame, dígame...
-Dubi, dubi
-¿Qué?
-Dubi, dubi, dum
-Ya estamos.
-¿Qué?
-Se hace usted el ermitaño.
-Que no.
-No me diga que no.
-Pues le digo.
-¿Qué?
-Da igual. Tome, un recuerdo.
-¿Qué es, qué es?
-Un delantal.
-¿Sabe una cosa? Sí que le recuerdo. Fue en la Rochelle...
-¡Siga!
-En el verano del...
-¡Siga!
-Da igual, me aburro. ¿Miente usted?
-Nunca. Observe: Lo bueno de no mentir es que cuando llegue el momento de decirte la verdad, sabes que no te mentirás.
-No lo entiendo.
-Yo tampoco, otra: Porque sueño, no lo estoy.
-Tampoco.
-Vaya. Una luz fría: ¿prefiere dormir o prefiere soñar?
-El miedo, el miedo...
-Si me descuido echaría a arder, ¿no es verdad?
-Saldré, le juro que saldré. Algún día. Todo se romperá.
-¡Vean, señoras y señores a este muerto viviente!
-¡No grite!
-Pero si es verdad.
-¿Y qué? Pero no grite, se lo ruego. Hablemos.
-No tenemos nada de que hablar. Apesta.
-Es usted intransigente. O lo fue.
-No va a liarme con sus palabras. Estoy avisado.
-¿Quién?
-No importa. Pero no siga fingiendo.
-Está bien... Tiene las mejillas azules.
-Ya empieza otra vez. No me da ningún miedo. ¿Qué quiere? Cerraré los ojos y dejaré de verle. Ya lo he hecho mil veces.
-Es usted cruel.
-Y usted un imbécil.
-Se me olvidó todo, eso es lo que pasó. Olvidé porqué luchaba, a quién quería, por qué los quería. Dejé de interesarme.
-Oigo voces.
-Vienen por mí, no se preocupe, pronto dejaré de luchar.
-Es usted un ingenuo. Mire por la ventana, ¿qué ve?
-Vidas que dejé pasar.
-¿Cuántas hay?
-No lo sé. Muchas.
-¿Se arrepiente de algo?
-Sólo de eso.
-Le ha entrado algo en el ojo.
-No. Lloro.
-¿Usted? No me haga reir. ¿Cómo se llamaba su
-No se moleste. Me aburro.
-¡Miente! Ese brillo en los ojos le delata. Nunca estubo tan cerca.
-¿Cerca de qué?
-...en la pálida luna...
-¿Qué canturréa?
-Me protejo contra usted.
-Comienzo a perder la paciencia. Antes era más divertido.
-Usted se lo ha buscado.
-¿Yo?
-Usted y sus preguntas, ¡su maldita cara de niño muerto!
-¿Tiene fuego?
-No fumo.
-¿Y sombra?
-¿Eh?
-Le pregunto por su sombra.
-¿Para qué iba yo a tener sombra? Ni que fuera un árbol.
-Un árbol a mediodía.
-Eso.
-Todo es tan grande y maravilloso que a veces se me escapa. Eso es lo que pasa. Si tuviera otra oportunidad le demostraría que ahora sé.
-Ahora sé. ¿Quién se creé que es, Buda? Le he dicho mil veces que no puede hacerse, que volvería usted a intentarlo y luego a olvidar. Mil años son pocos.
-Pues deme dos mil. ¿A quién hago mal?
-Para empezar, a usted mismo. Y no se hable más, está lloviendo.
-Si eso le consuela.
-¿Ve como no aprende? Vámonos.
-No.
-¿Qué quiere ahora?
-Muéstremelo.
-Qué patéticos son ustedes. No me canso de repetirlo.
-Muéstremelo.
-Le he oido. Lo veremos por el camino.
-Se me niega ese derecho.
-Entérese de una vez, listillo. No tiene usted ningún derecho, ¿me ha entendido? ¡Ningún derecho!
-Vale. ¿Y si me canso?
-No se cansará.
-¿Puedo sentir lástima?
-No es frecuente. Allá usted.
-Qué frío es todo.
-¿Qué se esperaba, bailarinas de Río?
-¿De Janeiro?
-Le he advertido.Tenemos un largo trecho por delante. No profundice.
-¿Y si le digo que no es real?
-Caminará usted solo.
-Entiendo. Está todo controlado.
-No faltaba más.